Esta fábula herética derrocha ingenio y fino humor a costa del mismísimo Todopoderoso. Parte de un original planteamiento en el que proponen que Dios vive en Bruselas con su hija y su esposa, pero además, lo definen como a un hombre desaliñado y cascarrabias que poca simpatía siente por la especie humana. Contada en clave de fábula fantástica, la película aprovecha para reflexionar sobre la vida, los seres humanos y el estado de las cosas.
Con la complicidad de Jesucristo, la hija menor de Dios también quiere dejar su legado y, para conseguirlo, sale a reclutar a seis apóstoles. Es a través de ellos que se articula el relato y que se enriquece visual y argumentalmente la película. Son seis historias que a veces se tocan y entrecruzan en favor de desarrollar unas ideas que van de lo más simple e ingenuo a lo más profundo y complejo de la vida en la tierra.
La idea más fuerte que pone en juego es todo lo que depende la existencia humana del hecho de no tener consciencia del momento exacto de la muerte. Saber cuánto queda de vida puede cambiar muchas cosas, desde perder el miedo a Dios o replantearse el papel en el la vida, hasta cambiar la concepción que se tiene del mundo. Así que la primera ruptura con el estado de las cosas que plantea este filme tiene que ver con esta consciencia, y si bien casi siempre la explota de forma cómica o poética, de fondo quedan unas preguntas y certezas acerca de esta idea capital.
Tal vez lo más llamativo de la película es esa poética fabulesca y fantástica que se desprende del mencionado planteamiento con estas mismas características, y cuando se aplica a episodios, situaciones o personajes resulta mucho más ingenioso y estimulante: el hombre que se abraza a sí mismo en el espejo, el amor de una mujer con un gorila, un niño con un vestido rojo o un hombre que orquesta una bandada de pájaros. Son imágenes bellas y potentes que van más allá del mero ingenio visual y de puesta en escena, pues vienen cargadas de sentidos y emotivas o reflexivas connotaciones.
Pocas veces el cine actual ofrece historias que no sean recicladas de otras, ajustadas a esquemas o apelando a temas de una desteñida recurrencia. En esta cinta del belga Jaco Van Dormael (Toto el héroe, El octavo día, Mr. Nobody) no es posible saber nunca cuál es el rumbo que la historia tomará, ni tampoco encontrar fácilmente otro título que se le parezca en su planteamiento argumental. Sí es más frecuente su poética visual y fabulesca, pero es un recurso tan rico en posibilidades que es improbable su agotamiento con las pocas cintas que recurren a él.
Cine original y estimulante visual y argumentalmente que, por demás, también deja pensando acerca de asuntos esenciales de la vida, ya sea los modestos momentos de la cotidianidad o las grandes cuestiones de la existencia. Todo eso en una película es tan escaso como la presencia en la tierra de la hija de Dios o la posibilidad de que su esposa se encargue del mundo.